No ha sido un gran año aunque hayan ocurrido cosas grandes durante él. Pese a estar en contra de la globalización, pensamos para la premisa anterior en la globalidad. Demasiadas personas afectadas por esta crisis de la que la incapacidad de muchos no consigue arrancarnos de ella. Muchas víctimas. Cada vez se hacen más palpables éstas. ¿Quién no ha observado más personas vagando por las calles sin saber qué hacer, a dónde ir, posadas en una esquina, esperando una solución que no llega y estirando la mano para poder pasar el día con lo poco que otros pueden ofrecerle o están dispuestos a darles?
Más que el año anterior pero, seguramente, menos que el próximo año.No obstante, hay algo incapaz de variar año tras año: nuestro desapego por el compromiso, nuestros miedos que nos paralizan y nos eluden de tomar las riendas de cualquier cambio y, por encima de todo, la desunión que es fruto o consecuencia de lo anterior.
Somos lo que somos y estamos donde estamos porque nosotros también hemos contribuido a ello. El ansia de poseer y poseer nos hizo caer en un consumismo desorbitado que está muy dentro de nuestro ser. De la mayoría. No importaba que nos pidiesen una vida trabajando por una microvivienda. El deseo de posesión era más fuerte que el análisis de la realidad.
Tampoco, el otro sector fue más mesurado. Se dio dinero por doquier con un riesgo inaudito. No importaba. Todos confiaban en que mientras hubiera oferta, lo demás vendría rodado. No importaba nada más. Sin embargo, era obvio y no era necesario tener una cátedra en económicas para percatarse de que esto debía ser una situación transitoria. Una persona que tiene un sueldo de tres cifras o sobrepasa muy poco las cuatro y se embarca en gastos que le van sobrepasando, antes o después, deja de pagar lo contratado para poder subsistir, porque cubrir las necesidades básicas siempre han estado por delante de cualquier ansia de expansión material.
Ha sido un año de incertidumbre. Algunos no sabían qué les deparaba el mundo laboral, otros contemplaban expectantes como la economía de otros países se desplomaba y, al mismo tiempo, algunos dirigentes cogían lo que deseaban de las arcas del pueblo. No se sabía ni quién ni cómo ni qué sería lo próximo.
Ahora nos dicen que es necesario esperar. Esperar a que la situación empiece a tomar otro ritmo, a que alguien decida hacer algo más que recortar. ¿Dónde estará esa cabeza pensante que decida cambiar el rumbo de una nave que parece que no tiene rumbo, desde hace mucho? En un lugar muy oscuro. Quizá, no interesa que vean la luz sus ideas. Tal vez. Hablando de cambio de rumbo, tras dos semanas de comienzo de año: españoles, Fraga ha muerto. El expresidente franquista y miembro fundador del Partido Popular se ha ido. Resulta que el pasado mes de diciembre un juez federal de Argentina solicitó al Estado español que aportase información sobre ministros y responsables de las fuerzas de seguridad de la dictadura franquista -entre ellos Fraga- en el marco de la investigación abierta por crímenes cometidos durante el régimen de Franco. Se investigaba a ministros y jefes de las fuerzas de seguridad en el período comprendido entre julio de 1936 y junio de 1977. En esas fechas, se produjo el fusilamiento en 1963 del dirigente comunista Julián Grimau tras un proceso oscuro en el que no se aportó ninguna prueba en el que se le acusaba de delitos acaecidos 30 años antes. Fraga era, por entonces, ministro. Prefiero callar el gran espectáculo de Palomares y otros actos célebres de este personaje. Tampoco voy a alabar porque ha fallecido a alguien que creo que debió ser juzgado, si se tenía dudas sobre su limpieza de manos, por quién le correspondía y hace mucho, mucho tiempo. Ahora ya no sirve de nada hablar sobre el fundador del partido que nos gobierna. De nada. Si hay sangre en sus gaviotas, allí permanecerá siempre.
El año, de momento no ha comenzado, ni con esto, mejor de lo que acabó el anterior. El que lo solucioné, no será un gran "solucionador", será un héroe.
Tamara González Cuevas
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