Don Miguel

Era el año 1987 cuando este que les escribe regresó a la ciudad que lo vio nacer, después de una breve andadura por tierras canarias, en ese tiempo me marché de niño y regresé de adolescente creyéndome tener siempre la razón absoluta de las cosas y sabiendo bien qué era lo que mejor convenía, evidentemente estaba en esa etapa en la que todos pasamos y que, afortunadamente nos dura bien poco.

            Tenía que matricularme en el instituto de mi barrio y bueno las cosas de la enseñanza eran algo diferentes, además por aquellos años eran famosas las “novatadas” o “borregadas” que se les hacían a los que llegábamos nuevos, por lo que adopté una manera de ser distante y siempre atento a cualquier cosa sospechosa, sin embargo nada más lejos de la realidad, me encontré con buena gente que te ayudaba a integrarte rápidamente entre ellos.

            Fue un buen curso y de los mejores que recuerdo en mis andanzas académicas. Pero de todo ello tuvo una gran culpa alguien con el que tropecé nada más entrar pues todavía me creía ese papel que me había impuesto de saberlo todo. Sin embargo, esa persona me demostró lo bien equivocado que estaba.

            Era mi profesor de Historia, don Miguel Alarcón Suárez, hombre con una sapiencia extraordinaria no sólo en el aspecto académico, sino a la hora de dar clases. Él me enseñó casi todo lo que sé a la hora de enseñar a los alumnos que me tocan cada curso y ni decir tiene que él fue el que me imbuyó algo a lo que no estaba acostumbrado: ver la enseñanza desde otro punto de vista, enseñar aprendiendo, y transmitir los conocimientos mediante el uso de una pedagogía basada en el respeto al alumnado y el escucharlo, no sólo oírlo.

            Don Miguel era un hombre peculiar, no era el típico profesor que podemos tener en mente, te enseñaba la Historia dándote ejemplos de lo que nos rodeaba, pero haciendo que comprendiéramos el por qué de los hechos históricos, no sólo memorizarlos. A él le interesaba más que comprendiéramos lo que estábamos estudiando, que nos diéramos cuenta que la asignatura de la Historia no era sólo un tostón de fechas y nombres de Reyes, sino un lugar al cual asirnos para poder interpretar el momento en el que vivimos en el presente e incluso poder explicarse lo que podría venir, pues como él siempre decía: “la Historia siempre se repite con otros actores…”

            Lo recuerdo llegar con su cartera y sus libritos, aquellos que en su Málaga de antaño él recopilaba por fascículos en el kiosco de su barrio y que no eran otra cosa que los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Nos lo enseñaba y nos narraba aquellos capítulos que venían bien a lo que nos estaba enseñando.

            Pero don Miguel era algo más. Don Miguel se preocupaba por lo que les pasaba a sus alumnos. Recuerdo haberlo visto soltar lágrimas cuando a una compañera de clase le ocurrió un accidente mortal y una vez hubo entrado en el aula apesadumbrado, nos pidió guardar un minuto de silencio. Nos quedamos un poco fuera de lugar, pero al verlo cómo se quedó levantado mirando al suelo, fuimos levantándonos todos y guardamos ese minuto. Nunca vi un momento más intenso en un aula.
            Don Miguel tenía ese carisma necesario para enganchar a los que estábamos escuchándolo, pues todo lo que decía siempre era interesante. Muchas anécdotas recuerdo de este gran profesor y mejor persona, pues después de las clases algunos nos quedábamos conversando con él sobre intereses comunes siempre relacionados con la Historia y con la vida en general.

            Recuerdo haber estado con él a solas cuando necesitaba orientar mi futuro, el cual ya estaba algo claro que era dedicarme a ser Historiador y a intentar enseñar la Historia a las futuras generaciones, me animó a llevarlo a cabo y así lo hice. Pienso que a lo largo de todos estos años de profesor e historiador se lo debo en parte a él por esa manera suya de enseñar. Cuando tuve la fortuna de dar mi primera conferencia unos años después en el que primero pensé fue en él y aunque hacía algunos años que no teníamos contacto, lo llamé para hacerle la invitación a pesar de que él ya residía en un pueblo, pero su respuesta fue tajante: “es un honor tu invitación y allí estaré para poder aprender de tus conocimientos” aprender él cuando éramos el resto los que aprendimos a amar esta profesión y a impartirla teniendo siempre presente al alumnado. Y allí fue con su querida esposa.

            Hace pocas fechas nos ha abandonado, pero dentro de muchísimos corazones está él, ese profesor que angustiado porque había visto que dos alumnos se retaban a pelearse al final de las clases y que no pudo consentir y así fue y se metió en medio consiguiendo que aquel “duelo” no se llevara a cabo…son tantas cosas don Miguel que nos enseñaste que mereces no solo esta página, sino todo un libro.

            Descanse en paz don Miguel Alarcón Suárez, un profesor, un historiador, una gran persona.

FERNANDO SARUEL HERNÁNDEZ

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