Cazando indignaciones en un país de mandatarios con mucha trompa

La escritura tiene una faceta liberadora. Sin ella, muchas personas nos sentiríamos incompletas. Obviamente, me refiero a la escritura como ejercicio individual en el que la persona se enfrenta a la hoja en blanco. Tras superar los miedos iniciales, las letras comienzan a brotar cada vez que nos decidimos a emprender esta tarea con más rapidez. No voy a abordar aquí las ventajas que nos ha aportado este ejercicio a lo largo de la historia. No. Voy a ser más ególatra. Pido perdón por ello, por adelantado.

Si mi pluma hubiera dejado de moverse en estos últimos meses, creo que ahora mismo yo estaría haciendo terapia o habría cometido algún acto impropio de un ser racional. Las circunstancias no son para menos. 

Resulta ser que en una época en la que se promulga austeridad por doquier y en la que el ambiente rezuma tensión porque la población se encuentra desorientada y sin saber cómo afrontar situaciones complicadas en sus senos familiares al tener miembros en paro, tenemos que presenciar los contrastes más absurdos que se pudieran encontrar.

Los grandes ciclos literarios nos han enseñado que ante un clima nada halagüeño, uno puede optar por evadirse a mundos preciosos, por mostrar los contrastes más violentos en una misma obra -como sucedía en el Barroco- o intentar denunciar de una manera más o menos encubierta aquello que no nos gusta. El gran Larra sabía mucho de esto último. Hoy me siento más Larra que ayer pero, sin duda, mucho menos que mañana. Lo he admirado siempre y, ahora, comparto con él su indomable insatisfacción por el presente.

Mientras unos andan de cacería gastando un dinero que nos  gritan que el país no tiene, mientras otras se vanaglorian de tener todo un séquito de seguridad que le acompaña hasta la peluquería que frecuenta con una asiduidad que muy pocos se pueden permitir, mientras otros y otras dan discursos sobre la necesidad de recortar en servicios públicos esenciales para la población y que tanto se ha tardado en elevar a la categoría que tienen hoy, mientras unos andan preocupados por la imagen que puedan dar en Europa, se descuida todo lo demás

Ese demás no es algo superfluo aunque se pueda englobar con una palabra. En ella reside todas las esperanzas de un pueblo ya incrédulo, toda la lucha de una sociedad que ha tardado años y años en conseguir libertades que una dictadura eterna les arrebató. Ese demás incluye demasiadas cosas conseguidas que quieren arrebatarnos como el poder realizar manifestaciones pacíficas o a tener ciertos  derechos como trabajadores. Parece un esperpento de Valle-Inclán pero ha cobrado vida. Excesiva. 

Para los que debieran dar ejemplo al ser los representantes del pueblo, elegidos por votación o no, y no lo hacen, parece que los elementos mencionados están demás porque los sufren los que ellos ven en estratos sociales inferiores. 


El pueblo puede tener menos poder y dinero que los gobernantes y compañía pero ¿quién depende más de quién? No lo olvidemos nunca: somos más y nuestra dignidad nunca ha tenido precio. Que no se lo pongan ahora. Resignarse no es una solución. Actuar empieza a ser una necesidad.


TAMARA GONZÁLEZ CUEVAS
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