El deporte más antiguo no es ninguno olímpico. No. Surgió de la pereza y la dejadez más acusada. Sí. Me refiero a la evasión de responsabilidades. A cuántos no les ha pasado el ir a un sitio, dícese por trámites burocráticos, por quejas de cualquier calibre o simplemente a hacer algún recado comercial y ser mareado vilmente como si de un pollo para asar se tratara. Compañías de teléfono, comerciales en centros de venta, administraciones, concesionarios, inmobiliarias… un compendio interminable que no nos remite no a un ente que manifieste su forma de ser sino que recogen formas de ser de un modelo muy extendido: yo no llevo esto, esto no me incumbe a mí, de esto no me encargo yo, esto lo lleva ni más ni menos que otro compañero, otro departamento, otro, otro y otro. Harto de andar de aquí hacía más allá el cliente al que le gustaría darle la razón, no puede encontrar quien se la dé puesto que nadie asume que alguien ha de responder a sus llamadas de atención, a sus quejas, a sus reclamos. Todo desierto. Cuando uno ha de ser el ente resolutivo de un problema, en este país la mayoría opta por la postura del avestruz. Si no lo ven ni oyen pues no existe. Si lo ven y lo oyen pero hacen como si no, pues no existe. La involución. Al parecer este fenómeno tiene lugar en este país. En este país todo vale si se trata de huir. Todo sirve, si con ello podemos ahorrarnos afrontar la realidad. En este país, toca volver mañana, llamar mañana, intentar solventar los inconvenientes que una organización, una marca, una entidad o un particular puedan ocasionar porque ellos a la hora de dar solución no se hallan dispuestos. Si Larra alzase la vista se percataría de que este país sigue siendo el de antaño en demasiadas cosas.
TAMARA GONZÁLEZ CUEVAS
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