DESILUSIÓN

            Esta es la historia supuesta e inventada, pero quizá no exenta de realidad, de lo que podría pensar uno de los muchos cruzados que dejaron su vida con la esperanza de conseguir un mundo más acorde con el espíritu que dejó Jesús de Nazaret.
            Yo me enrolé en la cruzada que Su Santidad el Papa proclamó, llamando a los reyes cristianos a unirse y enviar tropas para recuperar Tierra Santa que cayó en manos de los infieles.
            Yo cabalgué al lado de miles de cristianos, unos a caballo y otros a pie, que soñaban con poder entrar en la ciudad santa de Jerusalén, como mil años antes lo hiciera Cristo Nuestro Señor.
            Allí llegamos tras pasar varios meses de fatigas y penurias, y allí logramos nuestro propósito: restituir la ciudad santa para la Cruz.
            Poco nos duró aquella victoria, tan sólo unos doscientos años, más o menos, que sirvieron para que saliera a la palestra todo lo malo que llevamos dentro del ser humano: rencillas, luchas civiles y hacer todo lo posible por tener más poder y más riqueza a costa de aquellos que como yo, hacíamos la labor sacrificada de mantener y cumplir el orden normal de las cosas.
            No fue posible aquello y muy pocos de los que nos fuimos pudimos regresar o intentarlo al menos, a nuestros lugares de origen.
            En la galera que nos traía de vuelta, me dejé llevar por el movimiento acompasado de las olas y me quedé dormido y soñé.
            Soñé que estaba en otra época más lejana en el tiempo, cuando ya habían pasado dos mil once años desde que Nuestro Señor nació, y me encontré en una sociedad donde las apariencias era lo que prevalecía, donde los seres humanos decían ser más humanos y hacían todo lo posible para que los que tenían menos, pudieran conseguir tener lo mismo.
            Donde no hubiera ninguna forma de rechazo hacia nadie por ninguna cuestión: sexo, raza, religión, color de piel, etc.
            Muchos de los gobernantes de todos los países se reunían para celebrar que  hacían todo lo posible por llegar a una igualdad entre todos.
            Y después de infinitas reuniones, salían satisfechos de creer que lo habían conseguido. Todos posaban juntos para los retratos que quedarían para la posteridad dando fe de que conseguían todo lo que se proponían…
            Llegó la llamada Semana de pasión donde se festeja la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor y vi que todo era armonía y buenos principios, que todos los encargados de las llamadas cofradías o hermandades hacían todo lo posible por dejar patente que los cristianos no olvidaban a Jesús de Nazaret, salían con imágenes representativas de Su Madre y de Él mismo en los diferentes momentos de su Vía Crucis…
            Cuál fue mi sorpresa y estupor al comprobar cómo casi todos los que se daban golpes de pecho enarbolando ser los que más seguían a Nuestro Señor, resultaba que lo que decían no lo llevaban a la práctica.
            Podía comprobar cómo sus físicos se quedaban emborronados y sin alma, pues sus mentiras no eran soportadas por el Hacedor, sin embargo, parece que sólo yo podía verlo, sólo yo me daba cuenta que estaban cubiertos de hipocresía y falsedad sus palabras y acciones.
            Podía ver claramente entre toda la oscuridad que se iba ciñendo en torno a ellos, cómo la verdadera fe era trasplantada por la codicia del poder. Podía ver cómo entre ellos se abrazaban y se entregaban presentes y cuando una persona devota iba a rezar, no era admitida, pues creían que les iba a quitar el poder que sólo ellos tenían el honor de tener.
            Pobre de Nuestro Señor y de Su Madre, ellos que nunca ostentaron riquezas y todo lo contrario, vivían de su trabajo y de dar a los demás, ahora eran aupados y paseados llenos de oro, plata y demás artículos de lujo…
            Yo me pregunto: cuánto cuesta todo eso, por qué se hace eso para unas imágenes que representan todo lo opuesto: sencillez, humildad, esperanza en que todos seamos iguales en la riqueza de espíritu…
            Al fin pude despertar de mi pesadilla y di gracias a Nuestro Señor porque lo que había soñado, sería muchos años después que mi alma repose cerca de Él. Pero la sensación de desconsuelo que me ha quedado por todos aquellos que les tocará vivir esos momentos y que serán negados porque de nuevo el ser humano querrá estar por encima de Nuestro Señor.
            Ojalá me equivoque. Ahora veo el horizonte de la tierra que dejara atrás para cumplir con el propósito de liberar Tierra Santa de los infieles, pero me he dado cuenta que los mal llamados infieles somos nosotros mismos, que renegamos de los nuestros por el poder de ser más que el Señor. Así nos fue.



FERNANDO SARUEL HERNÁNDEZ
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About Fernando y Tamara

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