Parece ser que el norte se puede perder de vista cuando una pelota se topa con nuestra vida. Ésta ha de tener un bamboleo hipnótico que yo todavía no he acertado a ver. Sí veo, no obstante, y cada vez más a menudo, personas a las que, les guste o no este deporte, tienen cosas más importantes en la mente para concentrarse en el espectáculo. Son luchadores natos que están obligados a tener la cabeza en otros lugares: en el banco que no para de reclamarles que paguen los atrasos, en el coche que descansa moribundo en la calle porque no han podido pagar otra reparación, en los niños que, sin saberlo, no podrán competir con sus compañeros en presunciones materiales, en el espejo porque cuando se levantan ya hace mucho que no ven a una persona con éxito.
Miles y miles de personas consiguen abstraerse y mantenerse en su burbuja hasta el próximo partido. Mientras tanto, desamparadas, familias que están cogidas por los dedos pequeños a la cuerda floja, indignados con el mundo continúan con su vida que corre en paralelo a la pelota y que recibe muchos golpes como ésta pero sin que tengan la misma resonancia.
TAMARA GONZÁLEZ CUEVAS
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