China no interesa como potencia a la que criticar abiertamente. El país rey de la censura alberga demasiados intereses económicos para las potencias que se llaman desarrolladas. Nadie se atreve a alzar el grito en el cielo ante tantas injusticias cometidas por la gran máquina de hacer dinero, no vaya a ser que se les corte el grifo. Ai Weiwie es tan sólo un ejemplo de los vapuleos que sufren en este país las personas que se arriesgan a criticar el régimen autoritario que impera en China y su censura. Contenidos de internet vetados, muchas voces amordazadas, intelectuales que ven morir sus ideas e ideales tras los barrotes, defensores de los derechos humanos que miran con impotencia cómo los que deberían y podrían hacer algo ni quieren ni muestran ningún tipo de iniciativa para llevarlo a cabo.
Ai Weiwei tuvo la valentía de alzar su voz en una nación en la que está prohibido y muy castigado hacerlo. Ese fue su único delito. Inventarse una parafernalia que lo adorne para justificar lo injustificable parece una obra maquiavélica que no nos es ajena ni nueva pues hemos presenciado demasiadas veces pero más maquiavélico es saber de su existencia y no poner ningún tipo de remedio.
TAMARA G.C.
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