Frescura y gracia. Eso sentí el viernes de madrugada cuando sentada en una amplia butaca de un cine que aún olía a nuevo visioné Morning Glory. La película es una comedia sobre los entresijos de un programa matinal en una cadena para alcanzar unas cotas de audiencia competentes.
La ilusión de la protagonista, Becky Fuller, que ocupa el puesto de productora ejecutiva y lidia con los que se exponen ante la pantalla que se le rebelan y contra los que están tras la pantalla, dado que tienen la potestad de cambiar de canal a la mínima pérdida de atención, sobrepasa todo límite imaginable por realizar un trabajo que le apasiona. No importa que la hubieran echado de su anterior empleo hacía escasos días. Su esfuerzo y el convencimiento de su buen hacer en su campo son la única fuerza que necesita.
El contraste entre las estrellas que pueblan su plantilla es también significativo y el más duro quehacer que se va a encontrar: congeniarlos, portar aires nuevos y sacar lo mejor de cada uno de ellos. Mike Pomeroy (Harrison Ford) será su lucha mayor. Sumido en la más profunda egolatría, basada en una carrera exitosa en un pasado, se niega a realizar las tareas que el programa le encomienda para salvar sus bajos índices de seguimiento.
Con esta historia de autosuperación tan sencilla como explotada en el cine Roger Mitchell consigue divertir e introducir al espectador en la historia porque aunque a muchos el mundo de las cámaras nos quede lejos, el de los sueños nos es sumamente familiar.
TAMARA GONZÁLEZ CUEVAS
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