Han sido unos días mágicos. Contacto con una ciudad desconocida para mí. Una ciudad cuyo descubrimiento ha resultado muy grato. Miraras hacia donde miraras descubrías algo que captaba tu atención enormemente: fuera en forma de puente emblemático, de monumento, de iglesia, de museos, de edificios variopintos…
Su filosofía de acercar el arte a las personas permitiendo el libre acceso a los dos museos más importantes, enamora. Tal vez consideren que, puesto que son riquezas propias y de otros muchos lugares del mundo las que albergan, tienen la obligación de mostrarlas sin ya pedir nada a cambio.
El sentir de las personas que viven allí es el de considerar su ciudad como una prolongación de ellos mismos. Su arte es el suyo, sus emblemas son los suyos, sus calles son las suyas y, por todo ello, lo cuidan como suyo que es. No he visto en esa semana de estancia una persona colarse en un transporte público, arrojar un papel al suelo, pese a que el número de papeleras existentes es mucho menor que el de cualquier otra ciudad que había visitado, nada de suciedad de mascotas o de la policía ecuestre.
Saben, además, sacar partido de sus tradiciones más pintorescas como los cambios de guardia a pie o a caballo, metiéndose en el papel de sus personajes históricos más importantes y representándolos con un orgullo infinito.
Una ciudad que no te la acabas en una ni en dos semanas, que hipnotiza con sus detalles, con sus construcciones, con su arte, con sus espectáculos, con sus bebidas calientes (té y chocolate con marshmallows) aunque no pase lo mismo con su gastronomía: la rapidez con la que comen y la escasez de una dieta sana y variada sobresalen excesivamente. Rapidez que llevan también sus pobladores los días laborables sin apenas tiempo para pararse a contemplar su hermoso entorno.
Cuando acaba el trabajo el ritmo se ralentiza y se impregnan de lo suyo de nuevo.
TAMARA GONZÁLEZ CUEVAS
0 comentarios :
Publicar un comentario