LA HISTORIA SE REPITE

Allí estaba. Sentada en el coche esperando a que saliera de una vez. Empezó a fumar un cigarrillo. Era ya el quinto de esa noche. El esperar nunca había sido su fuerte, pensaba, pero merecía la pena hacerlo, por lo menos así creía ella. Estaba ya oscuro. Serían las doce o la una de la mañana pero no le importaba nada. No le importaba estar allí esperando ya más de cuatro horas a que saliera. Lo importante es que le había encontrado y esta vez podría hacer lo que llevaba pensando desde hacía tiempo. Tiempo. Curiosa palabra, pensaba, pues creía que el tiempo borraba todo, pero no, no era cierto. El tiempo sólo atenúa tus recuerdos pero allí están y te asaltan cuando menos te lo esperas.

María lo recordaba todo con detalle. Todo. Aunque hubieran pasado más de veinte años. Pero ese mal recuerdo la perseguiría durante toda su existencia. Intentó no creerlo. Quiso no creerlo. De hecho, creía que ya había pasado todo. Toda esa pesadilla que durante su infancia la atormentó y que ahora volvía a florecer. ¡Maldita sea!, exclamaba para sus adentros.
¡Maldita sea!, se repetía una y otra vez. ¿Por que volvía otra vez?. No paraba de lloverle esa pregunta en el cerebro y lo peor es que no encontraba respuesta convincente para calmar su dolor.
Dolor que se tornaba en odio, venganza, deseo de olvidarlo todo de una vez. Pero allí estaba. Esperando a que saliera esa persona que cuando era pequeña ella lo protegía del dolor físico que no psicológico le transmitía su padre. Padre. ¿Qué era eso?. ¿Dónde estaba ya? En el infierno, pudriéndose, arremetía su deseo lleno de áspera amargura que llevaba desde que tenía uso de razón.
Pero no, no, ¡NO! Su hermano del alma, su pequeño, no, no podía repetirse la misma historia. ¡NO!.
Serían los genes, ¡qué demonios! No podía pensar que aquel niño que ella salvaba de la garras de su padre, que ella ocultaba en el armario de su habitación con algodones en los oídos para que no viera ni escuchara nada de lo que en aquel infierno de casa estaba ocurriendo.
¡NO Y mil veces ¡NO!
Pero si. Era cierto. Aquella criatura angelical de tan sólo cuatro años, ahora se había convertido en todo lo que ella había creído apartarlo.
Y allí estaba ella. Sentada en el coche esperando, iluminando su rostro intermitentemente por la brasa del cigarrillo ya consumido y depositado en la comisura de los labios agrietados por la dureza de la vida.
De repente, una luz tamizada por los cristales del portal se encendió asomando tras su apertura una figura de hombre de mediana estatura, con gorro de lana negra sobre la cabeza, aquella cabeza que ella con tanto amor había besado y que ahora…
Un impulso instintivo le hizo poner en marcha el motor del coche. Lo estaba viendo. Andaba con paso firme, decidido. ¿Lo habría hecho otra vez? Si, seguro. el coche empezó a andar. Iba despacio. No quería que se diera cuenta de que estaba detrás de el, a su caza. Iba con las luces apagadas y el motor poco revolucionado. Aún así, el miró hacía atrás. Freno despacio.
Al ver que no pasaba nada echó a andar otra vez, pero ahora más ligero, con más inquietud. Ella lo veía desde su habitáculo y percibió su miedo, lo sentía. Ahora no eres tan valiente ¿verdad?, pensaba Maria, mientras empezó a acelerar un poco más.
Volvió a mirar hacía atrás y se dio cuenta de que alguien iba, tras suyo, pero ¿quien? En ese momento, empezó a andar más de prisa, comenzó, a correr.
Ella iba aumentando la velocidad y pasó a una segunda marcha y a una tercera.
Él estaba ya desesperado y tenía que cruzar pues llegaba el final de la calle, ¿cómo lo haría? ¿le daría tiempo? Sí claro que si. Su hermana lo había criado para vencer cualquier obstáculo, cualquier trance en la vida.
Llegó al final de la calle sudando, nervioso y miró de nuevo atrás para comprobar la distancia que le separaba el coche de él. Ella se dio cuenta y desaceleró, cambio a segunda y luego a primera, quiso dejarle el tiempo suficiente para que cruzara.
Al ver que el coche casi se había detenido, saltó a la carretera y empezó a cruzar. Ella apretó el acelerador y… allí quedó. En el asfalto desangrándose. Ella tenía lágrimas en los ojos y se dirigió a la comisaría más cercana. Una vez allí, se entregó por lo que había hecho.
Sin embargo, la felicitaron pues había acabado con uno de los violadores más peligrosos que había transitado las calles de la ciudad. Le harían un juicio y el jurado popular le absolvería. Pero ella estaba condenada desde hacía mucho tiempo.
Ahora, mientras miraba el cielo desde su celda, comprendió que estaba predestinada a sufrir, pero en su interior le decía que había hecho lo que tenía que hacer. Sin embargo, su existencia sería más amarga.


FERNANDO SARUEL HERNÁNDEZ
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About Fernando y Tamara

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1 comentarios :

  1. tu has leido y visto el vibora en tu juventud???porque leer esto me ha recordado a uno de esos comics narrados a los que yo le ponia voz.
    Un saludo

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