NIÑOS A LOS QUE LES GUSTARÍA SER INVISIBLES

No les han preguntado. Nadie se ha parado a pensar en lo que sienten. Son codiciados. Su imagen es algo dorado que muchos ansian atrapar. Sin embargo, desearían no formar parte de ese juego en el que los sumergen los seres que, en teoría, deberían asentar las normas y principios que velaran por ellos. Nacieron en un seno mediático. No pueden cambiarlo. Aunque a veces les gustaría ser invisibles, ya en s u educación se ha incluido la asignatura de la paciencia extrema al ver vapuleada su intimidad día tras día. No pueden realizar las tareas más nimias sin que algún ojo avizor esté sobre ellos.
Es el precio de la fama dicen algunos. Algunos han elegido ese camino al decantarse por una profesión con una vertiente pública. Ellos no. Son hijos de. No se ha de olvidar que esos hijos son aún niños y que si bien necesitan vivir, jugar, estudiar y llevar una infancia disciplinada y con límites, en estos casos estas normas exceden los parámetros adecuados que cualquier persona toleraría y soportaría.
Franqueados, quebrantados, vulnerados, atropellados. Así se hallan ante la exposición a la que son sometidos. Así, se ha debido sentir Sasha Obama ante tanta expectación por un baño en Estepona. Además de ese arrope popular hay que apuntar el arrope continuo al que se ve sometida al tener que velar por su seguridad. Bañarse al lado de guardaespaldas embutidos en trajes de neopreno debe impresionar incluso a personas que conviven con ellos día tras día. Milan Kundera decía que la persona que pierde su intimidad lo pierde todo. Habría que preguntarles a los que padecen esa lacra si sienten el vacío de no poder escuchar ni ver el silencio.

 TAMARA GONZÁLEZ CUEVAS

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