VALOR DE LEY

            A veces hay en la vida momentos en los que merece la pena detenerse durante unos instantes y reflexionar sobre ella misma.
            En este caso, fueron cerca de dos horas de buen cine las que se puede disfrutar viendo la película de título homónimo al de este artículo.
            Una puesta en escena muy característica de los hermanos Cohen, pero esta vez trasladada al lejano oeste. Allí en una historia aparentemente sencilla, se nos muestran muchos más valores que en estos momentos, no los vemos en la vida real.
            Todos de gran valía, pero que se resumen en el título del film: “de ley”. Una película que viene a recordar aunque con algunas diferencias, aquella que rodara John Wayne a comienzos de los setenta y que, curiosamente, fue la que le otorgó su único Oscar y de ahí la sorpresa.
            Diferencias que podemos ver por ejemplo, en el mismo final de la película y que, como es lógico, no vamos a desvelar aquí. Se aúnan a la perfección los puntos esenciales de toda película del Oeste: el asesinato casi impune, la venganza en un mundo violento en el que quien saca más rápido el revólver es quien, a veces, gana y por supuesto, ese afán de justicia que hace que generaciones tan dispares como la de la protagonista de sólo catorce años, y el veterano alguacil, en esta ocasión magníficamente interpretado por un Jeff Bridges siempre magistral, hagan que se lleve a buen término la misión en la que se ven involucrados siempre de manera fortuita.
            De ahí nace una amistad latente entre ambos personajes que no sólo la edad los separa, sino su forma de comportarse ante la vida y la sociedad que les rodea.
            Amistad que perdurará y quedará ligada de manera impenitente en los dos personajes principales de la trama. Una trama salpicada también de notas grotescas de humor típicamente americano y sobre todo, tan oscuro de los hermanos Cohen.
            Al final, se soluciona todo de manera muy diferente a lo que nos tiene acostumbrado la fábrica de Hollywood, y es ahí quizá donde puede radicar la grandeza de esta película, pues refleja muy a las claras la vida misma, no solo de aquella época, sino muy patente en la actualidad.
            Todo un goce para los sentidos y, por qué no, para el alma que adolece y mucho de poder seguir sintiendo cosas que le hagan vibrar en un mundo tan lleno de falsedades como el que nos está tocando vivir ahora.
          


FERNANDO SARUEL HERNÁNDEZ

           
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