TRAFALGAR

            Hace unas semanas este Caballero Templario se dio un paseo relajante por la capital de nuestra “nación” (y sólo una aunque le pese a algun@s), es decir, Madrid.
            Tenía ganas de pasear por sus amplias calles, anchas avenidas, recoletos lugares donde saborear la realidad más castiza de esa enorme ciudad.
            Y así lo hice. Marché con mi cámara de fotos más que dispuesto a retratar todo ese mundo de luces y de color en que se convierte la capital en estos días festivos de Navidad.
            Pero todo lo contrario a lo esperado. Me quedé bastante perplejo ante la escasez de iluminación navideña tanto en sus calles como en los comercios establecidos por allí. Les parecerá una tontería pero tenía ganas de ver cómo era Madrid de noche con todas las lucecitas de colores.
            Los paisanos de allí me contaban que era la primera Navidad que no se iluminaba y ellos mismos estaban desilusionados de no ver ese brillo característico de esas fiestas. Yo les comentaba que Melilla para ser más pequeña estaba mejor iluminada.
            Pensamos entre todos cuál podía ser la explicación más plausible a esa cuestión. Imagínense a este servidor de ustedes rodeado de ciudadanos madrileños absortos mirando hacia las luces y buscando una explicación. Debía de ser una buena postal navideña.
            A la conclusión que llegamos la mayoría fue la de que el Ayuntamiento y la Comunidad se había gastado tanto dinero para la candidatura olímpica del año 2012, que ahora no les quedó dinero para el disfrute de los que allí residen y visitantes.
            Sea como fuere, aquella pequeña desilusión no empañó el gran recibimiento que esta ciudad me dio. Ciudad maravillosa, bulliciosa, tenía ganas de mezclarme entre mucha gente, pegarme achuchones con ella y de eso no me faltó.
            Pues bien, entremos en la cuestión de este artículo. Verán. Cuando les comentaba a unos buenos amigos mi intención de ir a Madrid, me aconsejaron diferentes lugares a los cuales visitar y qué acertados estuvieron.
            Una de las visitas que realicé fue al Museo Naval. Tengo que darte las gracias amigo Santiago Domínguez por tu insistente recomendación, porque fue un lugar magnífico para saciar el hambre de historia que mi alma siempre alberga.
            En efecto, qué dos horas más gratas fue la de visitar e ir escudriñando pieza a pieza todo lo que allí hay. Me quedé maravillado. Mi alma se transportaba a otros mundos de hazañas aventureras y bélicas…
            Hablando de esto último, y como este año pasado se conmemoraba lo de la batalla de Trafalgar, también tenían su espacio para recordarlo. He de decir que para ese momento estaba terminándome de leer el libro de Arturo Pérez-Reverte “Cabo de Trafalgar” y con anterioridad había leído el primer episodio nacional de Don Benito Pérez Galdós y claro todo eso me hizo meterme más de lleno en aquellas pinturas que reflejaban el ímpetu de las batallas que allí sucedieron, casi llegaba a oír el tronar de cañones, el crujir de velas, el olor a sal mezclada con la sangre de muchos que allí se quedaron…
            Y en ello estaba cuando me asaltó un desagradable pensamiento: recordar cómo se hizo la conmemoración de esa batalla en aguas de Trafalgar en este año que ha pasado. Es indigno saber que los navíos y marineros españoles, la mayoría de ellos inexpertos en tales artes de la mar, se tuvieron que meter en algo que ni les iba ni les venía sino era porque el bueno de Godoy, político muy parecido a los que tenemos en la actualidad, en eso no hemos cambiado, había firmado un tratado con Napoleón para ayudarles en todo lo que a los franceses hiciesen.
            Y allí fueron los barcos españoles con sus gentes de mar a batirse por algo que no sabían bien qué y a dejarse la piel por unos fanfarrones que sólo alardeaban de ser los primeros en ganarlo todo, pero en tierra.
            Historia ya pasada, pero que por desgracia hemos tenido que ver reflejada no hace mucho en la televisión cuando vimos no sin mala sangre, cómo el ministro de defensa, señor Bono, mandó a parte de la armada española a que rindiera homenaje por su actuación en esa batalla. De nuevo, Bono como Godoy nos representa a la mayoría de los españoles bajándose los pantalones ante los franceses e ingleses para conmemorar una batalla que a nosotros no nos venía en nada y allí estuvieron.
            Imagino cuál sería la cara de la marinería española viéndose metida en una celebración de la derrota de sus antepasados ante las caras de los sonrientes y seguros británicos. Esto clama al cielo. Y después se extrañan y ponen el grito en el cielo cuando un jefe militar hace esas declaraciones, y conste que no aplaudo sus palabras, es que no hacen otra cosa que tocarnos las narices a los ciudadanos de a pie.
            Porque digo yo y otros como yo, ¿ustedes se imaginan a la armada británica haciendo los honores a la española en Tenerife cuando el capitán “garfio” de Nelson quiso apropiarse de esa isla y tuvo que salir con el rabo entre las piernas y con un brazo menos?
            En definitiva, así es nuestra historia política. La de una España que no tiene muchas veces nada que ver con los que la gobiernan, y ahí tienen otro claro ejemplo del rechazo al envío de tropas a Irak, pero al final fueron para después hacerles volver riéndose de ellos. Qué lamentable, Dios mío, qué lamentable.

FERNANDO SARUEL HERNÁNDEZ
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