Si hace unas décadas tener un cigarrillo entre los labios o en la mano era un gesto desafiante y demostrativo de la rebeldía del portador, a la vez que un ícono de estar a la moda, ahora las tornas han cambiado. Les falta empapelar la ciudad con carteles con las fotos de los fumadores y ponerles la etiqueta de los más buscados. Y es que nada es demasiado cuando se trata de preservar la salud de quien actúa pero sobre todo de los que sin actuar tienen que padecer las acciones nocivas de otros.
No cabe ya plantearse por qué a sabiendas de los perjuicios que ocasiona el tabaco -si se le puede denominar ya así- está aún en el mercado y otras sustancias son consideradas ilegales. Los negocios son los negocios pero en este país la sanidad es un bien público todavía, en consecuencia, lo que reciben por un lado lo pierden por el otro.
Pérdidas han tenido también los que hicieron reformas en sus locales para amoldarse a la anterior ley y ahora ven sus inversiones pero no su uso. Algún hostelero creerá que este gobierno intenta mofarse del gremio diciendo no donde antes dijo depende en qué sitio. Sin embargo, proteger al más débil es algo loable pero que quizá debería haberse planteado antes y no haber pasado por los preámbulos de en esta sala sí y en esta no porque las irregularidades estaban por doquier, porque los que intentaron poner soluciones en sus negocios ahora se hallan con unas barreras arquitectónicas ornamentales pues no son ya funcionales.
Respeto. Esa es la clave de la sociedad. Muchos fumadores estarán indignados. Me parece, no obstante, una medida que ha tardado demasiado pero que tras serpentear ya es una realidad.
La libertad en una sociedad es un ente ficticio pero como ese ente ficticio que todos podemos sentir hay que valorarla y pensar que algunos deseos pueden coartar los de otros. Fumar o no fumar pero hoy más que ayer pero menos que pasado mañana, dónde fumar es la verdadera cuestión.
TAMARA GONZÁLEZ CUEVAS
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