Toda clasificación cuenta inherentemente con uno o varios parámetros. Cuando estos se contradicen o llegan a formar un sinsentido cabría plantearse si en vez de una clasificación se trata de un mero juego o qué conduce a variar dicha selección: miedo, nacimiento de populismo, deseo de agradar a los que los habían metido en el cajón del olvido o un quién sabe qué inconfesable. Esta clasificación conlleva que en Cataluña el 28 de julio el Parlamento diga que no a las corridas de toros y el 21 de septiembre oportune continuar con los correbous y en Extremadure prohiban éstos pero se continuen permitiendo las corridas de toros.
Nombres diferentes. Formas diferentes de hacer sufrir. Sin embargo, bajo esa piel de tecnicismos se halla la de cientos y cientos de toros que derraman su sangre por doquier por la incongruencia de esos que se hacen llamar representantes de un pueblo que pidió a gritos y con miles de firmas que parasen la masacre de las plazas de toros.
El indulto de los correbous atrajo grandes aplausos entre muchos representantes de estas fiestas, casi tantos como los que produjo el cese de las corridas de toros.
En muchas mentes catalanas desconcierto, indignación, desolación, desamparo. En las que han decidido aprobar la continuación del dolor, intentan superar sus contradicciones. ¿O no?
Silencio. Los muertos siguen gritando pero nadie les oye ya. Silencio.
TAMARA GONZÁLEZ CUEVAS
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