Nos levantamos por la mañana y nos disponemos a emprender un nuevo día. Actuamos mecánicamente y con las prisas propias del ritmo social en el que nos vemos inmersos. No nos percatamos de ciertos detalles ya. Nos parece normal encender el grifo y que salga agua. Potable se entiende. Dar al interruptor y que haya luz es algo corriente. No nos paramos a pensar ni en ello ni en muchos otros detalles que acompañan nuestra vida. Es algo necesario, lógico y que se deriva de nuestro progreso. No nos planteamos diariamente que existen millones y millones de personas que no disponen de esos bienes que nosotros consideramos imprescindibles para la vida. Son un derecho. Así pues, resulta ser que hay un tanto por ciento elevado de personas que ven vapuleados sus derechos constantemente. Derechos que merman su salud y se cobran vidas, ocasionan dolor por los seres perdidos, por el malestar propio y por la injusticia que supone el haber nacido en un lugar no muy afortunado. Ver la impasibilidad con la que ofrendan los que más tienen debe mermar toda esperanza.
El día 22 de marzo fue declarado en 1992 el día mundial del agua. ¿Cuántos se pararon a meditar, cuando abrieron su grifo y vieron el oro blanco, sobre las diferencias existentes en un mundo en el que se habla constantemente de globalización? La conciencia que mueve los cambios empieza por uno mismo.
TAMARA GONZÁLEZ CUEVAS
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