La escala de prioridades puede variar de un segundo a otro. Cuando gozamos del bienestar que se deriva de haber cubierto nuestras necesidades más básicas. Una vez que se dispone de ello, lleva a que centremos nuestras miradas en otros asuntos que por no ser vitales pasan a ser considerados más nimios. En países como Chile o Perú que han sufrido la virulencia de varios seísmos su escala se vio alterada precipitadamente. Cobraron un protagonismo no deseado el terror, la incertidumbre, el dolor por unas heridas que iban mucho más allá de lo meramente físico y de su propia persona.
En otros países cuyo escaso desarrollo económico no los han situado aún, ni por asomo, al nivel de los llamados países ricos, su principal preocupación al levantarse cada mañana -si han conseguido conciliar el sueño- es simplemente la de sobrevivir un día más. Mientras en algunos lugares sus habitantes no paran de temblar por su situación, miro alrededor y veo agitaciones y grandes revuelos por prohibir el asesinato de animales o seguir con el asedio, la preocupación existencial por si los ciudadanos disponen ya de su TDT, por no decir de si dan o no el partido de la selección por la huelga de una cadena de televisión o por las fiestas que realizan los sectores más conservadores -por no denominarlos con otro apelativo- para prohibir el derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo. En una situación de emergencia el ser humano sabe sacar lo peor de sí mismo y luchar por la vida parece comprensible y aceptable hasta cierto punto. Sin embargo, parece que a menudo no se reduce esta situación. A los ejemplos citados, me remito.
TAMARA GONZÁLEZ CUEVAS
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