Son jóvenes y les gusta parecer osados. Algunos pensarán que la osadía es un rasgo intrínseco de la juventud. Nada más allá de la realidad. La osadía es más bien un rasgo de un imprudente, una persona irresponsable que desconoce las consecuencias de sus actos o de personas muy creyentes: se creen valientes, poderosos e inmunes. Esta impunidad suele provenir de un buen escudo, llámese padres, llámese abuelos, o llámese considerarse más rápido que los que consideran la autoridad opresora.
Tienden a querer marcar el territorio. Una forma muy extendida de hacerlo es grafitear. Cuanto más difícil sea el lugar en el que se realiza más status le confiere al autor y con, ello, se le garantiza el reconocimiento dentro del grupo, por no decir, que pasará a ser un ejemplo a emular. Eligen espacios peligrosos sin ser conscientes de lo que ello comporta, sin saber que la medalla que ansían podría lucir en su sepulcro.
Atentan contra todos los demás al deteriorar una propiedad pública. Aprovechan cualquier acto para saciar su afán destructor. La imposición de su persona sobre los demás les hace sentirse importantes. No logran traspasar el umbral de su propia egolatría. Así son algunos de nuestros imberbes. Pequeños pero agitadores materiales. No respetan nada ni a nadie. No conocen lo que remite ni siquiera esa palabra. No se lo han enseñado. No tienen voluntad. No valoran su alrededor. Tan sólo piensan en hacer y esconderse o correr, o en todo caso, si han tenido un mal día y los cogen, en llamar a papá para que les solucione el asunto. Como también esperan que les solucione la vida…
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