La realidad siempre supera con creces por su crueldad a cualquier forma de ficción. Sin embargo, a veces, el arte, el buen arte, se entiende, consigue conmovernos y hacernos sentir como casi propias vivencias que aunque hayan o no formado parte de nosotros directamente lo hacen cada día indirectamente: la guerra civil y sus postreras consecuencias. En este marco emerge Pájaros de papel. Un grupo de artistas de vodevil nos sumerge en las risas que saben despertar con sus actuaciones en el escenario y en la tristeza que se desprende de la situación en la que viven: hambre, penurias, guerra, represalias, persecuciones y muerte, muerte por todos los rincones. Cada uno de los personajes arrastra heridas en la maltrecha España de la posguerra. Rezuman dolor pero aún así para sobrevivir deben dejar sus dramas en sus respectivos camerinos. Se ven obligados a ello. La muerte los persigue, como los perseguía a todos pero aún así son capaces de sacar su mejor sonrisa ante un público ávido de espectáculo que les haga olvidar lo que hay tras las puertas del teatro. Jorge del Pino es la personificación de la rebeldía más que justificada pues la sinrazón de un régimen fascista le ha arrebatado sus seres más queridos. El dolor por la pérdida de su hijo y su mujer le hacen dejar el miedo en lo más profundo de los rincones y sacarle pecho a los peones de la estulticia. Miguel es la representación de la infancia en la película, una niñez perdida: la guerra sesgó toda inocencia.
La mirada que nos ofrecen sobre una época bastante recurrida en nuestro cine, es tierna, comprometida, sencilla, humilde, variopinta y tuviera que resumirse en una palabra podría decirse que sublime. Conmover al espectador no es tarea fácil pero el sentimentalismo que desprende logra nuestra inmersión en el dolor y la risa. Tragicomedia. Como la vida misma.
TAMARA GONZÁLEZ CUEVAS.
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