HACE AÑOS OCURRIÓ…

Como siempre voy a llegar tarde al trabajo por esperar hasta el último instante para levantarme y prepararme. Ahora que ya he salido de casa y he cogido el tren voy más tranquilo, pero sudoroso. He tenido que correr a la estación, como siempre, porque si no lo hacía, no llegaba a tiempo.
Veo casi las mismas caras de siempre. Es curioso que haga tiempo que hacemos el viaje juntos y no sabemos nada de ninguno. Cada uno va embutido en lo suyo. Todos llevamos en nuestro interior el hecho cierto que en unas horas estaremos de vuelta a casa y descansaremos algo, o quizá no.
Me gustaría saber qué pasa por la cabeza de los que me rodean. A lo mejor están pensando lo mismo que yo y se están preguntando que pienso ahora. Ahí veo recostados en su asiento a la chica sudamericana, colombiana, venezolana, no sé de qué país, pero ha venido desde muy lejos para ganarse la vida, quizá haya alcanzado su sueño con eso, pero supongo que no es así. Supongo que su realidad actual es consecuencia de un sueño truncado de vida en otro lugar muy alejado de aquí, donde quizá dejó familia, amor, hijos, pero no falla una mañana, ahí la veo, recostada y ensimismada con lo que pasa delante de su vista.
Más allá, un grupo de estudiantes, unos haciendo más ruido que otros, con sus mochilas a la espalda cargando el peso de la educación que están recibiendo y quizá alguno llegue a ser más de lo que en realidad pensaba, pero ahora lo que le importa es sacar las asignaturas que está estudiando.
Aquí, a mi lado, unos hombres curtidos y rubios llevan barba de varios días, con ojos cansados de trabajar duro, pero satisfechos porque están haciendo algo importante que es sacar una familia adelante, que a lo mejor en su país tan lejano como lo está la Europa del Este, fría y gris en esta época del año, no haga ese rayo de sol matutino que tanto se agradece en estos días todavía de invierno del mes de marzo en curso.
Ahí el vigilante de seguridad con los ojos vidriosos de la fiebre que ha pasado durante la noche fría, pero que no le queda más remedio que trabajar porque la hipoteca, los hijos o la vida misma se lo exige y ahí está deseando que termine su jornada laboral y que sonríe entre dientes sabiendo que ésta llega a su fin y podrá irse a su casa, encender el gas, prepararse algo de café caliente y meterse de lleno en la cama deshecha de la tarde anterior.
Y yo. Aquí observándolo todo, como siempre hago para después poder dejar plasmado lo que contemplo en los gestos de los rostros que me son familiares durante el tiempo que dura el viaje del tren de cercanías a la estación de Atocha…
Ese día, once de marzo de 2004, este futuro escritor se quedó sin dejar escrito todas las novelas, los cuentos, los relatos breves o largos sin escribir…Esa mañana cerca de doscientas personas de diferentes lugares del planeta se dejaron la vida en esos vagones que usaban cada día sin que nadie les dijera que una mañana, sólo escogida por unos criminales, sería la última para ellos y para todos los que a pesar de no estar ahí, seguimos sufriendo cada once de marzo el deseo de que aquella barbarie no hubiera ocurrido jamás.
Ahora, seis años después, todavía sigue sin saberse realmente quiénes fueron los causantes de tanto dolor. A veces me da rabia y vergüenza pertenecer a la especie llamada “racional” como el ser humano dice ser.
Va por todos los que murieron aquella mañana de marzo, va por sus familiares y amigos, va por todos nosotros…, y va por los que proyectaron tales asesinatos y siguen impunes, quizá algún día se os acabe el chollo de seguir libres…

FERNANDO SARUEL HERNÁNDEZ
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