“Nadie es mejor que nadie, pero tú creíste vencer” reza una canción de El último de la fila. Desde tiempos ancestrales el ser humano ha intentado desmarcarse de sus congéneres de una forma u otra. Por desgracia, esas otras formas a menudo conllevan el uso de la violencia como medio para imponerse al resto. Todos pensamos que hacemos algo mejor que le resto por nimio que sea ese “algo”. La enfermedad surge cuando queremos controlar al resto porque este sentimiento de superioridad nos hace creer que somos mejores que los que nos rodean. Frente a esta dolencia surgen médicos que intentan paliar tal agravio. Nelson Mandela fue uno de ellos. Luchó contra el apartheid –palabra del afrikáans que significa segregación y remite a la discriminación racial en Sudáfrica implantado por los colonizadores holandeses en dicho lugar– y, por ello, estuvo cautivo durante 27 años. Cuatro años más tarde se convertiría en el primer presidente de color de un país que había estado dominado durante más de 300 años por una minoría blanca que tenía la enfermedad. Después de veinte años, Sudáfrica cuenta con el reconocimiento sustancial de la igualdad de sus habitantes.
Mandela emprendió en su día un camino difícil pero por muy inhóspito que fuera la senda supo que era la correcta, pues ver abusos y pasar indiferente no era una postura viable ni para él ni para tantos otros que apuestan por los derechos de cada uno de nosotros sin importar de qué color es el espejo en el que nos miramos cada mañana. Queda tanto por hacer que no se ve el fin del camino que emprendieron este gran médico junto a muchos otros, pero con muy lóbrega que sea la senda hay que seguir caminando mientras haya luz en cada viajero que la emprende.
TAMARA GONZÁLEZ CUEVAS.
-
Blogger Comment
-
Facebook Comment
Suscribirse a:
Enviar comentarios
(
Atom
)
0 comentarios :
Publicar un comentario