No hará mucho tuve la ocasión de fascinarme con el maravilloso espectáculo del que dicen es el circo más famoso del mundo: el cirque du soleil en Saltimbanco. Hacer magia y atrapar la atención constante de los espectadores no es tarea fácil, teniendo en cuenta que emplean para ello su cuerpo y los movimientos que se desprenden de él, arropados por sonidos y música acordes con cada uno de ellos, además de un vestuario espectacular. Pequeñas estrellas que con sus acrobacias nos hacen olvidarnos durante su actuación de lo que pueda existir fuera de ese recinto.
Sin embargo, lejos de allí, al mismo tiempo, antes y después siempre han existido y ahora más, grandes malabares de la vida. Personas que luchan día a día para ofrecer la mejor función posible sin esperar ningún aplauso a cambio. Esforzarse, luchar, darlo todo, a veces sin obtener los resultados ansiados y no desfallecer por ello es tan digno de admiración como la que desprenden los mejores espectáculos del mundo. Llegar a fin de mes, encargarse de los seres queridos, seguir adelante siempre aunque falte la respiración, progresar, intentar saltar cada vez más alto, son actitudes y acciones que no moverán a grandes masas de público, no obstante, sencillamente consiguen que la vida siga sosteniéndose, que el mundo siga caminando, siempre caminando.
TAMARA GONZÁLEZ CUEVAS
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