ENRIQUE ORTEGA

Amigo Enrique: te escribo esta carta sabiendo que la leerás y que la contestarás pues tú siempre has estado presente en todo lo que teníamos que decir los que éramos un poco más jóvenes.
Siempre has estado al lado de todo el que se te ha acercado con sabias palabras de amigo y de poeta, de hombre humilde de letras sencillas y profundas, pues no el que tiene supuestamente unos estudios superiores, tiene que ser más culto, sino todo lo contrario, más pobre de palabras, de alma en definitiva.
Querido amigo Enrique, hace tiempo que tuve la fortuna de tener una conversación contigo y me alumbraste en este arduo camino que es la vida. No me aconsejabas, pues no eras de esos, pero sí tus palabras vertían sobre mí lo esencial de la vida: el ser humilde ante cualquier circunstancia y saber perdonar a aquellos que algo te hacían.
Hombre de letras sencillas, pero a veces muy desgarradoras cuando recordabas a un amigo que se había ido de tu lado. Amigo de verdad que a pesar del peso de los años, sabías tener una sonrisa amable y arrancabas las de los demás.
Tú has conocido el amor en esa bendita mujer que a lo largo de tantos años te ha acompañado y a la que tú amabas como si fuera el primer día.
Has conocido el mal sabor de la desgracia ajena y propia, has sabido afrontarla con sapiencia infinita dando una verdadera lección de lo que es estar en esta vida.
Conocedor como ninguno de la poesía, de la copla, del flamenco, no ha habido ningún artista, cantante, tocaor de guitarra que no has glosado en tus letras y que después has ido deleitándonos a los demás para poder saborear tu verdadera esencia de poeta del pueblo, de poeta grande.
Recuerdo a aquellas cantantes nuevas que sólo veían recompensadas su labor cuando te veían apoyándolas y encima tenías el detalle de dedicarle tu tiempo y tu buen hacer poético.
Muchas ahora son estrellas de la canción a nivel internacional incluso y no sé si te recuerdan o no, porque tú muy bien sabías que la fama muchas veces hacía mellas en aquellas personas que la consiguen y se creen más de lo que en realidad son.
Amigo Enrique, tú vistes mis amores, mis desamores, y palabras de aliento nunca faltaron para enderezar el corazón maltrecho.
Nos conocimos hace años cuando la Dama de Melilla empezó su andar poético por las tierras malagueñas a las que tú siempre has recitado y has conseguido darles la aureola de magnífico lugar con tan sólo leer o escuchar tus poemas.
Ella, mi madre, está también apenada porque nos has dejado, porque tu buen hacer poético ha parado y ahora nos tendremos que deleitar con lo que ya tienes escrito que es prolífico pero nunca suficiente para lo que tú tenías dentro de ti.
Amigo Enrique no he podido estar en tus últimos momentos, pero sabes certeramente que estabas acompañado por el cariño de todos los que nos sentimos amigos verdaderos de tu persona, de tu prosa, de tu poética.
Es hora de que entres de verdad en la leyenda de poetas sencillos, que sin artificios has glosado las bondades no sólo de tu tierra malagueña, sino la de otros lugares como desde el que te escribo, Melilla, y has dedicado tu tiempo no sólo a tu mujer e hijos, sino a todos tus amigos.
No puedo olvidarme nunca de aquellas reuniones primeras en el Palomar de las Bodegas El Pimpi, o de las Tertulias poético-literarias en la Plaza de la Merced con los demás compañeros que algunos ahora se alegrarán de volver a verte.
Amigo Enrique Ortega Gutiérrez, quedas y estas en lo más alto de este mundo en lo más profundo del corazón de todos los que tuvimos la suerte de conocerte.
Gracias por haber aparecido en mi vida y este humilde homenaje va por ser PERSONA.

FERNANDO SARUEL HERNÁNDEZ
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