MIGUEL HERNÁNDEZ


            Un hombre ha nacido. Un hombre del pueblo que morirá siendo del mismo pueblo con el que luchó a su lado, que resucitará siempre de forma eterna por mucho que lo intenten negar, por mucho que lo intenten estirpar de nosotros…
            Así podríamos designar a muchas personas que han nacido y que han muerto por los demás, intentando hacer lo mejor para el resto de los que estaban a su lado en ese momento y, por qué no, en este otro momento futuro también.
            Miguel nació un treinta de octubre de 1910 en Orihuela, hace cien años, y perdura en nuestros sentidos los versos que desentrañó de su sentir, de su experiencia que la vida le dio y que, por desgracia, fue muy corta.
            Miguel vivió el momento en que surgía una de las generaciones mejor dotadas para el elemento poético, la del veintisiete.
            Algunos dicen que no perteneció a la misma porque era muy joven, porque no estaba maduro en las letras, pero ¿quién sabe cuándo se madura de ello?
            Miguel compartió en Madrid en aquel la Residencia de Estudiantes tertulias, aprendizajes y enseñanzas de aquellos otros que, señoritos la mayoría, podían dedicarse con más tranquilidad a los poemas.
            Miguel, hombre que maduró pronto, que sufrió reveses muy temprano, como el ser privado de poder seguir estudiando, qué diría él viendo en la actualidad cómo miles de chavales ya no tienen ganas de aprender con la edad en la que él fue separado de las aulas.
            Un Miguel Hernández que se comprometió de verás con su época, que podría tener o no razón, pero que luchaba por los suyos y con ellos hasta la muerte, como así fue.
            Un hombre que antes de ir al combate en esa cruel guerra fratricida, arengaba a sus compañeros a seguir adelante, pero que después estaba en el frente el primero a la hora de hacer realidad lo que recitaba, no como otros de su generación que se dedicaron en retaguardia, con sus trajes y corbatas a decirles a los demás que lucharan, pero ellos se quedarían en un lugar seguro y se largarían rápido cuando la cosa se puso fea.
            Miguel Hernández, un hombre auténtico, en sus poemas rebosan la fuerza expresiva de alguien que vive la vida y la bebe a tragos largos, como si anticipara que se le iría muy pronto.
            Murió por la cobardía de otros, por la envidia de aquellos que no soportaban ver cómo él sentía esa sensibilidad y la hacía llegar a los demás sin pedir nada a cambio.
            Ahora se cumplen cien años de su nacimiento. ¿Qué hubiera hecho este hombre en estos años si su vida no se la hubieron sesgado tan repentinamente?
            Ahora aquí en la ciudad de Melilla, Miguel se te hizo un pequeño homenaje por dos personas que sienten la verdad poética como tú querías que la sintiéramos, intentando aprehendernos de tus poemas y lanzarlos a una generación futura que seguro estamos de eso, se acordarán de ti.
            La poeta La Dama de Melilla recitó tus versos ante unos niños entregados que supieron captar la realidad que tú querías transmitir, aquella mañana de ese 22 de abril, víspera de la celebración del Día del Libro y donde yo también pude poner mi humilde grano de arena, reseñando tus vivencias, tus sentires en aquella España loca y sin remedio, no muy diferente de la actual. Los alumnos del instituto Miguel Fernández de Melilla, disfrutaron de ti, Miguel. Aquí en Melilla se te recuerda también, Miguel.
            Miguel, cien años ya, pero tú sigues aquí, a nuestro lado.


FERNANDO SARUEL HERNÁNDEZ
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