DOLOR DE MUJER

ACTO 1º
        
ESCENA ÚNICA

         En la parte izquierda del escenario se ve una mesa de escritorio y en ella: pantalla de ordenador, lámpara encendida, libros, vaso de cristal y botellas, en el suelo una papelera llena de papeles y detrás un perchero de pie y una silla.
         Entra por la parte de la derecha del escenario el protagonista vestido con gabardina negra, sombrero negro, traje oscuro, en una mano una cartera y en la otra unos sobres de cartas.
         Cruza el escenario y deja la cartera encima de la mesa y los sobres. Se dirige al perchero, se quita el sombrero lo cuelga y también la gabardina.
         Coge los sobres, los mira y abre sólo uno dejando el resto en la mesa; comienza a leerlo en voz alta:
“Señor Ramírez de Olid: sé que usted como escritor y periodista sabrá sacar mejor partido de este escrito que le remito.
         Lo he redactado como han ido viniendo mis recuerdos a la mente. Espero que sepa disculpar mis errores ortográficos y de expresión y le dé la importancia suficiente para leerlo y si lo ve conveniente, lo saque a la luz en su periódico. Aún no siendo así, le quedaré eternamente agradecida por haberlo leído.
         Sin más, se despide de usted atentamente,  A. L. P.”
         Deja esta cuartilla sobre la mesa y se quita la chaqueta, la cuelga en el perchero y coge el resto de hojas escritas a mano que le han enviado. Se sirve un poco de agua en un vaso y bebe, se arremanga la camisa y se sienta. Coge las cuartillas y empieza a leerlas:
         -“Le voy a contar una historia, real y cruda como la vida misma.
         Esta es mi historia. La historia de una mujer que fue maltratada psíquica y físicamente y que no se arrugó ante nada para denunciarlo.
         Empecemos desde el principio. Estamos a primeros de los años sesenta en Melilla y acababa de casarme con un hombre cuyo trabajo era el de Policía (Policía Armada de la época).
         Al principio, todo fue muy bien, había amor, cariño y sobre todo, respeto, mucho respeto. Pero un buen día mi marido cambió de actitud.
Todavía no sé porqué lo hizo. Me quedé embarazada. Él cuando venía de su servicio no me prestaba ninguna atención y yo, acostumbrada como estaba viviendo en un ambiente de convivencia sana y de amor con mi familia, no sabía el porqué de su  cambio.
          Se cambiaba de ropa, se quitaba el uniforme y ya no volvía hasta la mañana siguiente ebrio y maldiciéndome.
         Yo no lo comprendía y le preguntaba el porqué de su cambio, pero la única respuesta que empecé a recibir fue la de los golpes.
          Tomé miedo en un primer momento, pero me di cuenta de que aquello no tenía sentido, de que aquello no podía seguir así y tomé la determinación de hablar con quien fuera para obtener la separación.
         Sin embargo, me aconsejaron que no lo hiciera, que aguantara, que él seguro que cambiaba, que lo hiciera por el hijo que esperaba...., y así lo hice.
         Nació ese niño tan deseado y todo pareció llegar a un orden, a un equilibrio, era lo que estaba esperando.
         Así pasaron unos meses hasta que llegó el día en que todo volvió al principio. Llegó del servicio, se cambió y sin decirme nada ni a su hijo se marchó de juerga hasta la madrugada siguiente. Cuando llegó, vociferando injurias hasta que pasó al maltrato físico..., no me pude defender, pero en mi interior algo me llamaba a no continuar en actitud pasiva.
         Después de eso, mi padre  tomó cartas en el asunto, él no podía hacer mucho pero sí consiguió que un amigo que era superior en el cuerpo de mi marido lo arrestara en más de una ocasión, pero, como todo lo bueno en esta vida es efímero, mi padre falleció y aquello fue tan duro que me sumió en una grave depresión, de la que casi no salgo con vida para contarlo.
         En esos momentos tan duros él parecía haber cambiado, me trataba con respeto, parecía remorderle la conciencia por todo aquello que me estaba haciendo pasar, pero todo aquello concluyó, pasó el tiempo y los maltratos volvieron hasta aquella noche en la que esperando lo que vendría, yo estaba planchando y cuando llegó, me levantó la mano y... si no se aparta le hubiera “planchado” la cara.
         A partir de ese momento, me tomó respeto, ese respeto que los asaltantes le tienen al ver que se les hace frente y tienen que cambiar de táctica, ir por detrás y cazar a su presa cuando más desprevenida estuviera; sin embargo, las borracheras y los insultos seguían, había pasado al maltrato psicológico.
         No tuve más remedio que resignarme, aunque a regañadientes a aguantar la situación, no quería darle más disgustos a mi madre.
         De todas formas, ya no vivía tranquila cuando él llegaba a casa, siempre tenía un ojo en lo que estaba haciendo y otro en él, no quería más “sorpresas”.
         Todo continuaba así, en ese vida aparentemente normal, hasta que una noche no sabiendo cómo se las apañó, me lanzó un objeto contundente a la cara queriéndomela marcar para siempre, cuando vio el daño que había hecho se puso el uniforme y se marchó dejándome que me desangrase.
         La reacción que tuve fue inmediata: dejé a mi hijo al cuidado de mi madre y una vecina me acompañó primero al Puesto de Socorro y de ahí marchamos a la Comisaría, a pesar de que me advirtieron que no lo hiciera siendo él como era del cuerpo. Como siempre hay almas buenas, esa vecina me acompañó a todos los sitios, apoyándome sin temor a lo que pudiera pasarle a ella también.
         En Comisaría no me trataron muy cortésmente hasta que mi marido salió y me dijo despreciativamente que así me tenía que ver, y le tuve que advertir al guardia que había en la calle que si seguía en esa postura y no lo callaba lo denunciaría también, a lo que este señor mandó a mi marido  que me dejara en paz.
         Pasaban las horas y el Comisario no me atendía, hasta que ya cansada de que me tomaran el pelo, me acerqué al secretario y le inquirí a que el Comisario me atendiera, pero el buen señor me contestó que no podía hacerlo porque estaba durmiendo a lo que le repliqué que si estaba de guardia tenía la obligación de atenderme. Al final y de mala gana el Comisario me recibió y le conté lo que había pasado, pero más bien se estaba riendo de mi sin hacerme mucho caso a lo que le decía, sin embargo, cansada después de tantas horas con la herida en la cara me levanté y señalándole con un dedo le dije que si no intervenía a su súbdito  tomaría el camino y hablaría con el General de la Plaza, máxima autoridad militar de Melilla. Ante eso, el Comisario aceptó la denuncia y se marchó.
         Los días pasaron y el dolor que llevaba en el rostro era insufrible, pero más me dolía el alma, porque no comprendía lo que me estaba pasando.
         Me veía sola ante los estamentos, pero no por los amigos ni mi familia.
         Este hecho luctuoso salió en El Telegrama de Melilla de aquel año, aquí le remito la noticia original que salió para que vea que lo que le digo es la verdad.
-El protagonista coge y lee la noticia: “Se ha presentado en el Puesto de Socorro una señora que recibió un golpe con un objeto contundente por parte de su esposo, el hecho lo ha denunciado ante la autoridad pertinente”. Siguió leyendo la carta-
Todo fue pasando...,aunque él no cambiaba y era encarcelado cada dos por tres, hasta que un superior que era nuevo resolvió obligándole a pedir un traslado a Madrid.
         Así ocurrió y en un esfuerzo supremo, intenté reconducir la vida matrimonial y visto como estaba la ley que él podía quedarse con mi hijo, resolví acompañarle. Pedí a Dios y a mi Padre que me ayudara y que esto fuera el inicio del fin.
Nos marchamos allá; quizá fueron los años mejores de mi relación, pero todo fue un sueño y como tal tuve que despertarme: un nuevo traslado nos llevó a Málaga, donde compramos un piso, que en cierto modo fue mi  cárcel, pues él se fue comportando peor. Llegaban los primeros años de la democracia y se aprobaba la nueva ley de separación y divorcio, estaba esperanzada en ello, pero....
Luchar, seguir adelante,
a pesar de que estés sola,
a pesar de que no puedas más,
a pesar de golpes y más golpes,
luchar, es lo que queda.

Pensar,
pensar en que todo acaba,
en que todo tiene su final,
aunque parezca imposible,
aunque no tenga sentido,
pensar para salir de todo esto.

Sufrir, sí sufrir
sin pensamientos
de que todo acabe,
pues sin sufrir
no se consigue nada.

Todo tiene que cambiar,
no puede seguir todo igual,
ahora tenemos esperanza,
ojalá sea cierto lo que dicen,
¡Ojalá!




FERNANDO SARUEL HERNÁNDEZ
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About Fernando y Tamara

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