ALGO SOBRE LOS TEMPLARIOS

Este artículo lo voy a dedicar a esbozar una sintética historia de quiénes fueron esos Caballeros que durante un par de siglos tuvieron un cierto protagonismo en el marco de la Europa medieval.
En un principio, hay que retrotraerse al siglo XII, concretamente al año 1115, cuando el caballero francés Hugo de Payens y su compañero Godofredo de Saint-Audemar, que era flamenco, fundaron una orden monástica consagrada a la custodia de los peregrinos que iban a visitar el Templo de Jerusalén y a otros destinos como Santiago de Compostela, y a la guarda de esos peligrosos caminos del reino. Esta Orden recibió en un principio el nombre de “Orden de los pobres soldados de Cristo”.
Los primeros componentes de esta Orden eran siete caballeros, los cuales ante el Rey de Jerusalén, Balduino II, habían jurado los votos monásticos de castidad, pobreza y obediencia, concediéndoseles cuarteles ubicados sobre el solar del antiguo Templo de Salomón.
Por esta circunstancia, la Orden acabaría llamándose la Orden del Temple y sus miembros Templarios.
Marcharon a Europa y fueron difundiendo el porqué de la Orden y será San Bernardo de Claraval el que, mediante la celebración de una asamblea de teólogos, convenga en decir que era totalmente justificable que hubiera una Orden de monjes guerreros, ya que “...el soldado de Cristo tiene motivos para ceñir la espada. La lleva para el castigo de los malvados...Reconozcamos en él al vengador que está al servicio de Cristo y al liberador de los cristianos”.
La Orden fue aprobada en este Concilio de Troyes y se fueron adhiriendo caballeros por toda Francia e Inglaterra. La Orden fue muy bien acogida por los Príncipes de la Cristiandad, por lo que muy pronto empezaron a recibir grandes donaciones.
Podemos dividir a la Orden del Temple diciendo que en Oriente tenía una organización guerrera, mientras que en Occidente tenía una organización monacal, con la excepción de la Península Ibérica, pues aquí se luchaba contra el Islam.
Los territorios que abarcaban los Templarios eran. Alemania, Hungría, Inglaterra, Irlanda, Francia, Auvernia, Italia, Portugal, Castilla, León, Aragón, Mallorca, Abulia y Sicilia. A cargo de cada una había un maestre sometido al gran maestre que residía en Tierra Santa.
Los Templarios llevaban una vida ejemplar, tenían un carácter austero y siempre estaban ayudando al que lo necesitaba, lo que les hizo ser muy queridos dentro de la comunidad Cristiana.
Su aspecto, caballeros rapados al cero, barba poblada y su uniforme de capa blanca les hizo a la vez de queridos muy populares. La Cruz que llevaban sobre el hombro derecho fue una concesión del Papa Eugenio III, en 1147, para que “este signo triunfante les sirva de broquel y haga que jamás vuelvan la espalda a ningún infiel”.
Los Templarios no tenían nada en propiedad, sólo lo que la propia Orden le suministraba al acceder a ella: dos camisas, dos pares de calzas, dos calzones, un sayón, una pelliza, una capa, un manto de invierno y otro de verano, una túnica, un cinturón, un bonete de algodón y otro de fieltro, una servilleta para la mesa, dos copas, una cuchara, un cuchillo de mesa, una navaja, un caldero, un cuenco para cebada, tres pares de alforjas, una toalla, un jergón, una manta ligera y otra gruesa.
En cuanto a su indumentaria militar constaba de: loriga, calzas de hierro, casco con protección nasal, yelmo, espada, puñal, lanza adornada de gallardete blanco, escudo largo y triangular, cota de armas blanca y gualdrapa para el caballo.
Los Templarios en combate no podían rendirse ni dar cuartel al enemigo. Tampoco podían caer prisioneros, por lo que tampoco podína esperar que fuera rescatados.
Estos caballeros-monjes estuvieron activos militarmente en todas las empresas importantes de los siglos XII y XIII.
Espero que estas breves notas hayan servido para esclarecer algunas cosas sobre esta Orden mítica y legendaria.
En posteriores artículos iremos avanzando más cosas sobre las conquistas que tuvieron y cómo acabaron...aunque todavía se cree que siguen existiendo entre nosotros.
Eso es un misterio todavía por desentrañar.

FERNANDO SARUEL HERNÁNDEZ
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