Somos débiles. Muchos juegan a ser dioses pero la realidad es que estamos expuestos a las inclemencias del medio en el que vivimos y ante éste somos la nada. Vertemos, arrojamos, lanzamos, menospreciamos el mundo y el ser humano y esperamos que todas nuestras acciones queden impunes porque alguien nos catalogó como los seres elegidos para dominar al resto y el resto. Nacimos con raciocinio. Sin embargo, muchos perdieron esta capacidad a medida que vamos creciendo, progresamos en edad al mismo tiempo que proporcionalmente vamos rebajando otras cualidades esenciales.
No podemos permanecer impasibles ante el vapuleo de nuestro medio, nuestra casa, nuestro hogar, que nos acoge, que nos aporta desde el oxígeno que inspiramos hasta el agua y los alimentos que un día expiraremos. Nos extrañamos, luego, de que se nos responda. Lo justificamos todo, aduciendo que son fenómenos naturales, que sin nuestras acciones seguirían estando ahí, latentes, yacentes. La tierra chilla de dolor. En cualquier lugar, en todos. El ser humano, llora. Hoy es allí y mañana puede ser Australia, Suecia, España… ¿Cuestiones naturales? Posiblemente, sí, probablemente no.
TAMARA GONZÁLEZ CUEVAS
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