VERDADERO

La noche estaba fría a pesar de estar en pleno mes de septiembre. El caballero templario estaba cansado y su caballo extenuado, sin embargo, sabían que debían seguir el camino hasta llegar al Castillo. Allí les esperaba la tranquilidad de tener un lugar donde alimentarse y cobijarse durante unos días, recobrar fuerzas para seguir la lucha.
El lugar a donde iban tenía un último tramo boscoso y repleto de sendas todavía por descubrir, pero el instinto de los dos, animal y hombre, le llevaban por buen camino.
Todo estaba envuelto en una lúgubre neblina, caía una lluvia fina y el caballero se había quitado el yelmo que llevaba ajustado a su cinto, sólo le cubría la cabeza la cota de malla y por encima la capucha de la capa de su orden, era de un color blanquecino pero ahora estaba manchada de la sangre de los enemigos a los que se había tenido que enfrentar.
De repente, detuvo al animal, pues había oído un ruido extraño, empuñó la espada que no desenvainó hasta no estar seguro de qué era eso que escuchaba. Aguzó el oído y sólo pudo distinguir un lamento, un llanto de alguien que provenía de una vereda que se le abría a sus pies hacia el norte.
Sin pensárselo dos veces, espoleó al caballo y se dirigieron a ese lugar. El término de esa senda llegaba a una cabaña de humilde construcción y allí pudo contemplar la figura de una mujer que sentada en el suelo tenía la cabeza entre las manos y sollozaba.
El caballero detuvo el caballo delante de ella, la observó y vio que era una mujer joven, con el pelo largo que le caía por los hombros cubiertos éstos por una camisola blanca. Bajó del caballo, se puso delante de ella y le espetó a que levantara la mirada hacia él. Cuando ella lo hizo no pudo por más que sorprenderse ante la belleza que esa mujer irradiaba. El Templario se echó hacia atrás la cota de malla que le cubría la cabeza, se quitó el guantelete de la mano izquierda y rozó con sus dedos el cabello de aquella dama. Pudo observar cómo los ojos de ella estaban irritados a causa del llanto.
La levantó y la acercó a su lado. Los ojos de ella se levantaron y su mirada dulce penetró como una daga dentro del corazón del caballero. Éste sintió que algo que llevaba muy escondido durante mucho tiempo en su alma revivía. Siguieron mirándose y el rostro de ella empezó a cambiar. Pasó de la tristeza a la tranquilidad. Todavía no se habían dirigido la palabra, pero no les hacía falta sus ojos hablaban más, decían más de lo que cualquier charlatán pudiera hablar vendiendo su mercancía en la plaza de la ciudad.
La tomó de entre los hombros y la acercó hacia sí..., y empezaron a hablar.
Le contó porqué lloraba, le dijo que estaba padeciendo porque se encontraba perdida en la vida, sin saber qué camino tomar, pues el amor le había dado ya muchos zarpazos, que le habían hecho abandonar la idea de que algún día encontraría el verdadero placer de encontrarse con un hombre que la amase de verdad, que no la abandonase y que le fuese sincero...
Esas palabras iban reviviendo en el alma del Templario su propia desdicha, su propio mal, pues no en vano él era un hombre desahuciado del amor, un hombre que ya no le importaba luchar por lo que fuese y morir, puesto que no tenía nada y peor aún no tenía a nadie que le amara como él tantas veces lo había hecho y sin resultado alguno.
Allí se encontraron los dos, en un lugar que antes había pasado tantas veces él y que, sin embargo, no se había percatado de que allí se encontraba una dama tan maravillosa como esa mujer. Pareciese que el sino le había llevado a recorrer ese día ese lugar y así encontrarse con ella. Con esa mujer que como él, sentía lo mismo.
Ella lo invitó a pasar al interior de la cabaña, pero él rehusó la invitación arguyendo que tenía que regresar al Castillo para dar cuenta de su viaje hacia Tierra Santa.
Ella lo entendió y no le dijo nada más, pero en su interior algo estaba cambiando, la presencia de ese misterioso caballero le había hecho revivir momentos hasta ese instante que creía olvidados y, sin embargo, allí volvían a surgir delante de ese extraño que por casualidades de la vida, apareció de forma inesperada y la escuchó, la acarició y la hizo sentirse más segura.
Lo vio montarse en el caballo, su rostro emanaba una cierta felicidad. Él se volvió y clavó sus ojos en los de ella, no dijo nada, pero ella comprendió que ese Caballero Templario volvería a cruzarse en su camino...
El templario levantó una mano, la saludó y se marchó a galope tendido por el sendero que le conduciría al castillo.
Ambos tenían sentimientos encontrados. Ambos tenían la certeza de que ese encuentro no iba a ser el único ni el último. Ambos sabían que algo dentro de ellos había vuelto a renacer como el Ave Fénix, de sus propias cenizas, porque si de algo estaban bien seguros es que todavía les quedaba amor para dar en sus corazones y quizá se derramaran entre ellos ese sentimiento para algún día ser felices de verdad.

FERNANDO SARUEL HERNÁNDEZ
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About Fernando y Tamara

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