IMPRESIONES EN TENERIFE

Sorpresa. Esa es la palabra que me viene a la mente cada vez que recuerdo con nostalgia el viaje que emprendimos este septiembre pasado. Anonadamiento, ante una tierra tan cercana por espacio pero tan lejana en paisaje. Te atrapaban sus playas de arena negra, sus fondos marinos tan distintos a los del Mediterráneo; bajo el agua uno parecía hallarse en una pequeña ciudad formada al margen de las islas que se erigen junto a él. Me enamoró el Teide. No fue la sensación de nimiedad que uno puede sentir en la montaña más alta de nuestro territorio, fue mucho más que eso, era el encontrar un espectáculo cromático tan mágico: cerrar los ojos brevemente y abrirlos era aspirar un color nuevo, olfatear profundamente era ver un mundo inaudito. Uno no sabía donde posar su atención. Eran tantas llamadas a los sentidos, que no podían abarcarlas todas. Los rojos de los tajinastes, los rosáceos de las jaras de las Cañadas, pinceladas de verde, tonalidades más oscuras como la de las violetas, al frente un cielo inmenso, plagado de nubes condensadas –el llamado mar de nubes– y al fondo, una amplia gama de matices marrones enmarcaban el resto.
Respecto al trato humano, el calor hace mella en sus habitantes, y el buen tiempo les alza el espíritu amigable, el trato afable y cercano, cuasi familiar, sin olvidar la esencia comercial que prima en un lugar muy turístico.
Si tuviera que quedarme con un momento de esta pequeña aventura, sería el de una noche que nos adentramos en los pequeños senderos marítimos y nos empapamos de la luz, una luz no física sino intrínseca, que sólo ciertos lugares logran desprender y asirse al alma de los que saben admirarse.

Tamara González Cuevas.

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About Fernando y Tamara

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